I
Hacía calor y el traje negro
en el que estaba atrapado me apretaba asfixiante, como si los botones hubieran
sido remachados a presión contra mi piel, y aguantaba estoico mientras caminaba
por el duro adoquín a pasos inseguros. La entrevista había sido un fracaso,
probablemente no me llamaría de nuevo, y no estaba de ánimo de hablar con
nadie. El viento seco que soplaba con aire tibio me despeinaba y cada cierto
tiempo un mechón de pelo se me caía sobre la frente, yo lo devolvía a su lugar
con fastidio. En la calle había pocas personas y ya todo el comercio estaba
cerrado, avance hasta doblar a la izquierda en una esquina solo para
encontrarme con el mismo escenario. Había unas bolsas negras de basura apiladas
en la vereda, al lado de un árbol que se inclinaba sobre la calle, y unos
perros escarbaban en busca de comida. A lo lejos se escuchaba una sirena
policial que pasaba y desaparecía, y los semáforos rítmicamente se encendían
rojos y verdes como un árbol de navidad. De pronto una silueta dobló en la esquina
caminando por mi misma vereda en sentido contrario, parecía un contorno
masculino acercándose, pasando al lado mío y siguiendo de largo. Me sentía
incómodo en mí mismo, con el sudor del caluroso día ya seco y pegado a la piel.
Mientras caminaba repasaba en mi mente cada cosa que dije durante el día, y me
enojaba de solo pensar cómo podría haber sido de distinto todo. Pensar en
llegar luego a casa no me daba ninguna alegría tampoco. Bajarme del ascensor,
abrir la puerta, entrar, estar solo, comer algo, tirarme en la cama, seguir
solo, mirar el techo hasta dormirme, el calor, excesivo para esta época del año,
tampoco ayudaba mucho. Al otro día lo mismo, levantarse, una ducha, comer solo,
irse al trabajo, tener la expectativa de que el hippie de afuera del metro
tenga algún libro interesante para comprarle, comer algo en la cafetería de al
frente a media mañana, sentado solo en una mesa, en compañía de otros
solitarios, y leer hasta que sea hora de volver al trabajo, esperar que ocurra
algo emocionante durante el día que me despierte aunque sea un minuto del
aburrimiento de hacer todo en piloto automático. Ir un sábado al mes a almorzar
donde mi mamá, ver a mi hermana y sus hijos, que bueno que estén todos
bien, el trabajo bien gracias, este año
tomaré vacaciones, ¿no has ido a ver a papá? La semana pasada estuvo de
aniversario, no me extraña, siempre has sido así. No quería llegar a casa,
¿pero que más podía hacer? No tenía ningún otro lado donde ir, nunca aprendí a
perderme de verdad, siempre terminaba encontrándome al poco rato, nunca hay
otro lado donde ir. Decidí dar un rodeo por otras calles para al menos no
llegar tan pronto a estar encerrado enfrentando la soledad. Seguí de largo en
la esquina que debería haber doblado y caminé varias cuadras demás sin fijarme
cuantas, de pronto me percaté que no conocía el lugar en que me encontraba,
doblé hacia la izquierda y el paisaje había cambiado totalmente, un servicio
médico ocupaba toda la cuadra, y fuera de él, dos grupos de vagabundos dormían
en colchones, tapados con frazadas, una ambulancia salía por el portón. En el
paradero de la esquina, que intersectaba con una avenida grande, había tres
personas esperando el bus. Cuando pasé por el lado del paradero, me entró la
idea de tomar el próximo bus que pasara y perderme definitivamente. Me quedé
sentado en el paradero, luego de un rato paró un bus y se bajó un hombre, pero
no me moví, minutos después paró otro bus y se subieron dos de las personas que
esperaban en el paradero, seguía sentado, quedaba aún en el paradero un anciano
de boina, chaleco gris y bigote abultado, que me miraba de vez en cuando. Me
tenían muy nervioso los gritos que salían de vez en cuando desde los bultos
durmiendo fuera del servicio de salud, al parecer los vagabundos habían
despertado y gritaban cosas a la gente que pasaba. Miré al anciano de gris que
hizo un ademán de acercarse a la orilla de la calle, hizo parar el bus que
venía, yo me paré y me puse detrás de él, el bus se detuvo y el anciano lo
abordó, el chofer me quedó mirando manteniendo la puerta abierta, yo me quedé
clavado al suelo, mirando a los vagabundos, mirando al anciano, mirando al
chofer que me esperaba. Después de unos segundos las puertas se cerraron, el
chofer se encogió de hombros y echó a andar de nuevo, yo me quedé parado en la
vereda sin reaccionar a nada, miraba a los vagabundos, al bus que se iba, al
perro que estaba enrollado durmiendo al lado del paradero. Miraba a los
vagabundos, uno joven había llegado hace pocos minutos y se había acostado a
los pies de los otros, mordisqueaban entre todos una marraqueta. Me acobardé,
no me atreví a subir al bus, y supe que no lo iba a hacer en el próximo que
parara tampoco así que volví a caminar, doblé en la avenida, mirando a los
vagabundos hasta que desaparecieron detrás del edificio de la esquina.
Inmediatamente vi a un grupo de siluetas que se acercaban a mi viniendo por la
avenida, eran tres, y el de la derecha era el más alto. Derecha mía, izquierda
de ellos. ¿Algún día me atreveré a hacer algo? El miedo siempre es más fuerte
que las ganas de hacer algo novedoso, miedo a equivocarme, miedo a que me pase
algo, miedo a hacer el ridículo, miedo a que las cosas no salgan bien. ¿Cómo
podía esperar que pasara algo emocionante si nunca me atrevía a hacer nada?
Bueno, ahora ya había hecho algo, ya había comenzado al menos a hacer algo
distinto, tomar otro camino. Pasan las tres personas por al lado mío, me miran
sin curiosidad y siguen caminando. A veces leo libros en los que pasan
historias fantásticas, sé que todo eso no puedo ser pura invención, en alguna
parte del mundo ocurren cosas, pero claramente no aquí, no se veían personas en
al menos dos cuadras más hacia adelante, reinaba el silencio con murmullo de
ciudad e incluso casi no circulaban autos por la avenida. De pronto vi un guiño
de luz blanca que apareció y desapareció inmediatamente, un poco más adelante
al lado de una puerta. Seguí avanzando con curiosidad hasta el lugar del que
había venido el destello, y me encontré con que aquel edificio era una pequeña
iglesia que tenía la puerta principal parcialmente abierta y que la luz que vi
probablemente correspondía a un destello más grande que escapó por la abertura
angosta que quedaba entre la puerta y el marco. Picado por la curiosidad, abrí
un poco más la puerta y me asomé hacia adentro, al principio no pude ver nada
pero luego de unos segundos mis ojos se acostumbraron a la oscuridad y pude
distinguir los objetos del interior. Había un pequeño vestíbulo, y más allá,
dos filas de bancas con sus reclinatorios, un pasillo entre medio de ellas,
flanqueado por dos filas de pilares que avanzaban junto con las bancas y los
reclinatorios hasta un sector abovedad, un poco más elevado, en el que se
encontraba el altar. En el espacio entre el altar y los asientos había una
tarima de madera y encima de ella, un armazón de cuatro patas sobre el que
descansaba un ataúd con la ventanilla abierta. Maquinalmente me acerqué a mirar
el ataúd, una ampolleta con una tenue luz violeta lo velaba desde una muralla
próxima. Dentro del ataúd yacía un cuerpo de un viejo, que podría haber sido
cualquiera, pero era él, la muerte le toco en este momento, como podría haber
sido cualquiera, pero no. Me alejé del ataúd, sentí unos pasos en la entrada,
no había nadie, me acerqué a la puerta y miré para afuera, una persona había
pasado hace poco por fuera de la iglesia y seguía de largo. Volví a entrar,
había una persona sentada en la última banca de la izquierda, un bulto negro
que parecía una persona al menos. Dude si es que habría estado ahí desde que
llegué, no me parecía haberla visto antes, volví a sentir un ruido de pasos
cerca de la puerta, me volteé instintivamente, la puerta se cerró como soplada
por el viento con un sordo golpe de madera y un corto eco más un ¡clac!
metálico de la cerradura. Tuve miedo. Tomé el pomo de la puerta y la abrí de
nuevo, entró una brisa tibia, si hubiera estado nublado, pensaría que iba a
llover, pero afuera la noche estaba despejada y calurosa. Me volví hacia el
ataúd, una persona en la oscuridad estaba parada al lado del, mirando por la
ventanilla al viejo desafortunado, pensé que era la misma persona que había
visto hace un rato, pero luego miré a la última banca de la izquierda y vi que
ella aún estaba allí. Ahora había dos bultos negros con silueta humana en la
iglesia, y ninguno de los dos parecía notar mi presencia. Se volvió a cerrar la
puerta, ahora con un golpe más fuerte y seco, lo que me produjo un sobresalto,
y volví a mirar inmediatamente hacia la puerta. Estaba convencido de que algo
raro estaba pasando, las otras dos personas no parecieron percibirme ni a mí ni
a los golpes de la puerta, yo me dirigí rápidamente hacia la puerta de nuevo
para abrirla, pero esta vez el pomo metálico no giró y se quedó estático sobre
sí mismo. Ahora si tuve mucho miedo. Intenté forzar dos o tres veces más el
pomo pero no cedió, me di vuelta porque sentía un movimiento a mis espaldas y
vi la iglesia de nuevo vacía. Estaba muy sorprendido sin entender nada. Caminé
de nuevo hasta el ataúd para asomarme a
ver al viejo pero no había nada, estaba vacío también. Miré para atrás y vi
veinte o treinta personas sentadas en las bancas, hacia la derecha y la
izquierda, todas eran sombras negras, no podía distinguir sus caras. Se abrió
la puerta de la iglesia, entraron tres personas más, se cerró de nuevo, se
acercaron a mí que estaba parado al lado del ataúd, me abrazaron y me dieron
palabras de consuelo, y se fueron a sentar en las bancas de la derecha. Estaba
desconcertado, pero intentando actuar tranquilamente. Miré al ataúd y me di
cuenta que había un cuerpo en él pero era una sombra negra entera sin rostro
como las demás personas en las bancas. Escuché unas campanillas sonando, un ruido
de voces que hablaban o gritaban, pero no venían de ningún lado, sentía
quejidos y llantos, y no veía nada más que negro, y los llantos y los gritos
envolviéndome como un torbellino y solo veía negro profundo y destellos blancos
repentinos y los llantos venían de todos lados y un viento fuerte que soplaba
contra mi cara y un golpe sordo que repentinamente callaba todos los demás
sonidos. Silencio y quietud, una sensación tibia recorriendo todo mi cuerpo y
un silbido lejano y agudo en los oídos como una vibración. Abrí los ojos y me
vi atrapado en algo como una caja, intenté mover mis brazos pero no los sentía,
y luego intenté gritar con todas mis fuerzas
pero el grito se quedó atrapado en mi pecho, desesperado intenté
sacudirme hasta que de pronto abrí los ojos y desperté. Estaba parado al lado
del ataúd, donde mismo estaba hace un rato, las mismas veinte o treinta sombras
sin rostro estaban sentadas en las bancas, llorando y gimiendo algunas. Volví a
mirar al ataúd y quedé congelado de miedo, el cuerpo que se encontraba adentro
tenía mi cara, intenté tocarlo pero el frío vidrio de la ventanilla me detuvo.
Una silueta a mi lado me tomó por el brazo para contenerme, acercó sus fríos
labios hasta pegarlos a mi oreja y me dijo: - El momento más difícil en la vida
de todo hombre es asistir a su funeral, muchos no quieren asumir que ya han
muerto. ¿Acaso tú no te diste cuenta que pasaste cada segundo de tu vida
caminando hacia la muerte?¿porque te sorprendes ahora?-.
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