domingo, 7 de diciembre de 2014

Ya no te creo ninguna palabra,
cuantas veces he dicho lo mismo,
en el brillo muerto de tu mirada
se refleja vidrioso,
el fantasma de la vanidad inocua,
cuanto miedo a ser feliz.

Cada vez que me besabas,
te deshacías en barro sobre las piedras
lustrosas del río,
y el agua te arrastraba rápidamente,
río abajo,

y desapareces, desapareces, desapareces,
siempre desapareces,
tu vida es una desaparición,
porque te encomendaste
en protección de tu carne abierta
a un espectro de rincones,
a un fantasma de sonrisas:

fuente en la que se bañan las culpas del mundo,
noria de agua estancada,
que no es capaz de purificar ni santificar
nada de aquello condenado,
hedor de la circunstancia,
y la vida condenada,
se masturba en la culpa,
identificación con el agresor,
transmutación del castigo en deseo
hedor de la cultura,
producto de la circunstancia, y por pudor de la dicha
te tapas los ojos,
valor de la singularidad, dices tu,
y te miro,
excremento de la historia, de la que aflora
todo lo condenable,
sin mas naturalidad
que la tragedia humana,
en si.





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