Ya no te creo ninguna palabra,
cuantas veces he dicho lo mismo,
en el brillo muerto de tu mirada
se refleja vidrioso,
el fantasma de la vanidad inocua,
cuanto miedo a ser feliz.
Cada vez que me besabas,
te deshacías en barro sobre las piedras
lustrosas del río,
y el agua te arrastraba rápidamente,
río abajo,
y desapareces, desapareces, desapareces,
siempre desapareces,
tu vida es una desaparición,
porque te encomendaste
en protección de tu carne abierta
a un espectro de rincones,
a un fantasma de sonrisas:
fuente en la que se bañan las culpas del mundo,
noria de agua estancada,
que no es capaz de purificar ni santificar
nada de aquello condenado,
hedor de la circunstancia,
y la vida condenada,
se masturba en la culpa,
identificación con el agresor,
transmutación del castigo en deseo
hedor de la cultura,
producto de la circunstancia, y por pudor de la dicha
te tapas los ojos,
valor de la singularidad, dices tu,
y te miro,
excremento de la historia, de la que aflora
todo lo condenable,
sin mas naturalidad
que la tragedia humana,
en si.
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