¿Cuál
es la posibilidad de dos suicidios en una familia? ¿Cuál es la posibilidad de
reencarnar en un hermano, en un sobrino? ¿Cuantas vueltas da la rueda antes de
tomar conciencia de que está girando sobre sí misma, finalmente indesplazable,
y sólo mirando cada cierto tiempo desde distintas ubicaciones hacia el mismo
centro? ¿Cuántas reencarnaciones toma descubrir que lo que cambia no es lo
visto sino el lugar desde el que miramos?¿Cómo no volver a cometer los mismo
errores cuando en la rotación pases de nuevo por el punto donde ya has
estado?¿En qué momento te rendiste, Tristán, a la inercia de la calamidad?
Todo esto me pregunté en un momento
cuando la serpiente me dejó solo para meditar sobre lo que vio a través de mis
ojos, sobre lo que oyó a través de mis oídos y lo que sintió por medio de mi
piel
Me paré del suelo y caminé, la arena de
la playa estaba caliente, casi insoportable, yo me acuerdo que estaba sólo, tú
recién te habías ido, Sofía, enojada con esa forma de enojarte que tienes tú,
que es como dejar todas las cosas en el suelo y dar media vuelta, un enojo
cobarde. Comencé a caminar hacia la
escalera del borde de la playa, eran aproximadamente las cinco o seis de la
tarde, por la posición del sol. Había poca gente en la playa, y los dos hombres
que venían caminando en dirección hacia mí me parecieron muy extraños, se
acercaron más de lo normal, y antes de que pudiera hacer algo, me sujetaron
fuertemente para intentar robarme, luego de un forcejeo logré liberarme y me
embargó una furia sin sentido, absurdamente descontrolada, comencé a golpear al
que tenía en frente mientras el otro miraba atónito como le partía la cara a su
cómplice, puñetazo tras puñetazo sin descanso, ignorando el dolor de las manos,
los nudillos que comenzaban a romperse y la sangre que comenzaba a brotar de su
nariz que prácticamente había explotado, de sus labios deshechos, de sus
pómulos machacados. El que estaba a mi espalda huyó inmediatamente. Luego de un
par de minutos así, el desconocido que tenía frente a mí cayó al suelo con un
sonido sordo, sin pensarlo me abalancé de nuevo sobre él, con un ímpetu
renovado seguí golpeándolo, sin saber porqué, sólo sabía que no podía parar,
aunque me resistiera, una fuerza extraña se había apoderado de mi, seguí
golpeándolo en la cara, sólo en la cara, y me enfurecía más que aún moviera los
brazos y las piernas en pobres intentos de quitarme de encima de él. Los
puñetazos le caían como meteoros sobre los ojos, sobre la boca, sobre los
pómulos, y yo estaba enceguecido, de pronto sentí un sonido asqueroso como si
rompiera una sandía, un crujido de huesos que empezaban a ceder, la superficie
de su cara ya se sentía blanda, como estar golpeando un saco de harina, y la
sangre había inundado todo, y aún así se seguía moviendo el maldito. Sabía que
ya estaba malogrado, que nunca se iba a poder recuperar de esa paliza y eso me
dio una sensación de asco y remordimiento, pero no fue suficiente para
saciarme, saqué el cuchillo que por algún extraño motivo tenía en el bolsillo y
comencé a rebanarle el cuello, fue más difícil y cansador de lo que hubiera podido
imaginarme y seguí con un esfuerzo heroico hasta que por fin, extenuado, logré
que su cabeza se separara por completo de su cuerpo, y el movimiento de brazos
y piernas se detuvo. Me paré y lo miré, ya estaba quieto y la sangre seguía
fluyendo, siendo absorbida por la arena. Yo estaba manchado de sangre por
completo, era una sensación asquerosa, la sangre un poco pegajosa pegada a las
manos, a los brazos, a la cara, sobre toda mi ropa, y el sol seguía pegando tan
fuerte, no había ninguna sombra para cubrirse en toda la playa, el sol ya se
encontraba un poco más bajo y daba
directo en los ojos, por lo que era difícil no encandilarse, y la ropa empapada
de sangre y sudor se me pegaba tibia a la piel, lo que me hacía sentir aún más
incómodo. Comencé a caminar sin dirección por la playa, la gente me miraba con
horror pero me tenía sin cuidado, sólo quería quitarme de encima esa ropa
asquerosa, debo haber caminado unos veinte minutos más hasta que caí rendido
por el cansancio y me senté en la arena, apoyando los codos en las rodillas, y
la cabeza en las manos, cerré los ojos y me quedé así mucho rato. De pronto
comencé a oír un sonido detrás de mí como si algo se arrastrara por la arena,
volteé la cabeza para mirar y me encontré con la serpiente negra que ya estaba
junto a mí, con sus enormes fauces dislocadas por completo y me comenzó a
devorar sin prisa nuevamente, estaba tan cansado que no pude oponer
resistencia, sólo vi como la luz se iba apagando de a poco hasta que volví a
caer dormido o inconsciente y no recuerdo más.
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