Qué
bien Magnolia, ayer pasaste a mi lado sin siquiera verme, el primer día de ser
unos perfectos desconocidos, la atmósfera se siente más liviana y el mundo me
parece distinto. Ayer salí a caminar, hace tiempo que no tenía ojos para mí. Me
relajé, me regalé una cajetilla de cigarros, leí, disfruté de la sombra, del
sol, de la compañía de mis amigos, vi a las tontas personas pasar viviendo sus
tontas vidas, fui feliz. Me reí mucho, me burlé de una mujer muy fea. Te vi de
nuevo, pasaste caminando allá lejos Magnolia, esta vez se que tu vista paso por
sobre mí, pero no me viste, más bien no me reconociste, más bien ya no me
conoces, me miraste como si nada, y efectivamente nada. Eres tan desagradable,
estoy pensando en matarte para evitarme el inconveniente de tener que toparme
contigo en la calle, solo por comodidad.
Anoche
salí con mis amigos, nada interesante, solo salí. Pasé por fuera de tu casa, tu
presencia se siente hasta el jardín, tu aleteo incesante y confundido. Así de
fácil puedes echarme a perder el día. Pasé rezando para que no te asomaras por
la ventana, mientras suplicaba que te asomaras por la ventana. Te odio
Magnolia, ¿te lo he dicho ya? Y te odio más aún porque sé que tú no me odias a
mí, porque sé que tampoco me amas, Magnolia, sé que ni siquiera te costará
olvidarme porque siempre estás olvidándome, me sorprende tu capacidad de
olvidarte de todo tan fácil.
No
pude tener una buena noche, todos hablando de cualquier cosa estúpida, y yo
solo concentrado en olvidarte, finalmente me devolví rápido a mi casa, y me
acosté a dormir.
Una
gitana me paró a la salida del metro Universidad Católica y me habló. Me dijo
que yo soy gitano igual que ella, la verdad, no lo sé, quizás es cierto. Me
dijo que veía en mí una pena muy grande, debe decirle eso a todos, ¿Quién no
tiene alguna pena? Luego se sentó, y me indicó que me sentara junto a ella, lo
hice. Tomo un pelo (mío) de mi camisa, y con unas hojas de laurel me hizo un
talismán y me lo regaló, se lo recibí. Tenía un coche al lado de ella, dentro de
él había una niña preciosa, no tenía más de dos años, y tenía unos ojos casi
amarillos muy bellos, la cara muy sucia, y el pelo muy crespo, me miraba y
hacía muecas. La gitana me dijo que estaba enfermo de tristeza, que me iba a
dar una cura de amor, me pidió un papel, le di una hoja de cuaderno, y me pidió
un lápiz, también se lo pasé, y me trazó una mandala, úsalo para tu protección,
me dijo, yo no entendía nada, la miré con cara de tonto, lo captó en seguida:
– Ella –, me dijo la gitana, – ella no es una
persona normal. No me mal interpretes, es un ser humano, sin duda, pero su alma
viene de muy cerca de la frontera de donde viven los demonios. Es, como se
podría decir, una musa, una ninfa, una sirena, un genio, una bruja, han sido
llamadas de tantas maneras a lo largo del tiempo. Ella es un ánima de la
naturaleza, un espíritu del bosque, un ánima de las plantas; inspiración de los
poetas, perdición de los inocentes–. Yo la escuchaba con la curiosidad del que
conversa con un esquizofrénico, pero ella me hablaba muy en serio. –La tienes
marcada en tu frente– me dijo–, no la puedes ocultar.
–
¿Cómo? –Le dije– ¿Qué tengo en la frente? –.
–
Tú lo sabes, ya lo intuiste –me dijo– Una flor –esperó un segundo y continuó–
El laurel fue la obsesión de Apolo, y la tuya…
–
Magnolia– respondí maquinalmente sin querer, sin si quiera pensar en ello un
segundo, y me quedé helado.
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