jueves, 11 de febrero de 2016

cuando me sumergí, dentro de mi escafandra, huérfano de mi batiscafo que huyó aterrorizado, caí desnudo entre las mareas rojizas de la magnolia, y me ahorcaron. En la confusión de la asfixia, compulsivamente quise abrazarte, y tus palabras se vaporizaron con la luna de septiembre, estigmas amarillos por todas partes, desaparecieron como de costumbre, volví a fallar, y me dejé caer cercenado, vacío de todo magnetismo que pudiera contener mi pérdida de unidad. El suelo estaba frío como siempre, pero se sintió glacial al contacto rudo, mil agujas de hierro se clavaron en mi cuerpo, y la culpa mordió como el licántropo del aislamiento, profiriendo en soledad un arrepentimiento sordo de explicaciones, y tu te ríes y miras para el lado, y el orbe rota incesante, y en un punto de esta casa, el tiempo se queda estancado en una gravedad particular, que absorbe con la fuerza de un ciclón creando un vacío de densidad infinita, y tu te ríes y miras para el lado, y mi ruiseñor enjaulado se calló otra vez, degenerando en un espectro un poco más, la fricción de las manos en la cara, la vista empañada, y desear dormir muchos años, esperando que el titán del tiempo arrase contigo como el invierno con las magnolias.

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