viernes, 19 de marzo de 2010

Solución

Tómo un lapiz afilado y espanto las ideas antes de estar obligado a escribirlas.

miércoles, 3 de marzo de 2010

1

Cuando me percaté de ese extraño adormecimiento en los labios, las mejillas y la lengua, me di cuenta que llevaba más de tres días sin decir palabra alguna, luego caí en cuenta de que tampoco había comido nada ni bebido en ese período, en pocas palabras, no había abierto la boca en más de tres días y sentía como si mis labios estuviesen pegados. Luego que pasó este pensamiento, que fue fugaz, me atacaron un hambre y una sed espantosa, corrí a la fuente de agua que hay en el patio trasero en medio de los frondosos olmos que daban sombra a toda la parte posterior de la quinta, y tomé un gran sorbo de ella, ese patio era un lugar realmente agradable por las tardes cuando una suave brisa mecía las copas de los olmos inundando el ambiente con el sonido tierno de las hojas, sumado al canto de los pajaros que por la tarde bajaban de las frondas de los olmos a refrescarse en la fuente, haciendo un cómico gorgoteo con el agua. Sumergí la cabeza en el agua de la fuente que, aunque cristalina, tenía algunas hojas, producto del Otoño que se anunciaba ya en los árboles y en el ánimo de la gente. Luego corrí a la cocina, hace días que no entraba allí, estaba desordenada, y sobre la mesa aún se encontraban los platos, servicios, vasos y botellas usados, testigos de la malograda última tertulia que tuvo lugar allí hace poco menos de una semana. Como es obvio, nada había en esa cocina, ni en toda la casa, que estuviese en condiciones de ser consumido. Volví al patio y fui hasta el fondo de este, allí había plantado dos manzanos mi madre, un tiempo antes de morir, si bien las frutas no estaban en su punto óptimo, me parecían aptas para ser consumidas, tomé tres de ellas y me fui a sentar en la banca de fresno que está junto a la fuente y comí, mientras pensaba en la importancia de los últimos sucesos.

La noche en que el cielo se iluminó (o "preambulo atrasado")

Cuando volví en mi tenía un ojo en un brazo, otro en el hombro, las manos en la cara y la boca en alguna de mis rodillas, mi frente estaba en mi ombligo, y se mecía.
Afuera la tierra bailaba y en el cielo un festival espantoso como si las estrellas cayeran una a una sobre la tierra, haciendo de la noche un día por enormes segundos persistentemente eternos e inmóviles, fueron ellos los segundos más largos de mi vida, luego una explosión de un cielo rojizo apocalíptico como un trueno furioso y se acabo.
Cuando las noches como estas tienen sus propios soles, que no son más que el alma del propio día, el día propiamente tal no puede sino ser un extraño Sol de terremoto.