lunes, 23 de noviembre de 2009

Yermo

Cuando la luz volvió a mis ojos
y la razón a mi mente
pude ver lo que estaba en frente
una herida en mi hombro,
un soldado mal herido
y un campo de batalla desolado,
cadáveres distintos en el suelo apretados
distintos pero iguales, amontonados.
Dos motas negras en el horizonte
volaban acercándose al festival de la carroña
son los únicos beneficiados
de este grotesco banquete cadavérico.
Horrorosas muecas de odio y dolor
brotan desde la muerte misma
saltan desde los rostros de los caídos,
como ánimas inundan el aire
impregnandolo todo de pavor.
De cada corte, de cada océano de sangre,
de cada viscera asomada,
transcurridas las horas
emanan sigilosos los vapores mortales
inciensos del pánico
que aromatizan con su hedor
la antesala de las galas de la muerte,
la mesa ya está servida,
ya confluyen los comensales
con sus trajes negros y sus cuellos almidonados,
ya el festín está dispuesto
y cada uno ocupa su puesto
en la mesa elegante,
solo la cabecera queda vacía
en la espera de su Señoria,
los comensales se miran extasiados,
todos aguardan exasperados,
con los ojos desorbitados,
y con los hombros dislocados
a que llegue el anfitrión esperado.
Un tronar de cuernos lúgubre
anuncia el inicio de la gala en cuestión,
todos los rituales ya cumplidos
y los manjares rebosantes servidos
se rebalsan viscosos de sus platos,
la tormenta y los truenos se silencian un segundo
y hace su entrada majestuosa
su Excelencia la Parca
con paso de elegancia, bañada en gloria,
su sotana negra es la noche
y una estrella su prendedor.
Avanzó por la galería seguida
por un séquito bestial,
las criaturas viles que nunca han visto la luz
son sus invitados de honor,
su Excelencia ocupa el lugar
que le corresponde en el banquete
se quita la capucha
y deja al descubierto
una calavera con restos de carne
aferradas a las orillas que no alcanzan las uñas
y un collar de plumas amarillento
con rastro de anteriores festines semejantes.
Un relámpago en la oscuridad vacía
de las cuencas de sus ojos,
una señal con los huesos de su mano
anuncian el inicio de la comida sagrada,
caen desde el cielo feroces dentalladas
refulgen un segundo e iluminan el ambiente
sosteniendo la quietud solo un último instante
el silencio del destello da paso al estruendo
retrasado del trueno tras el rayo,
una sinfonía de alaridos y carcajadas
con brio y en crescendo
retumba en todos los rincones
en cadencia jadeante
creciendo al ritmo de la danza misteriosa
de su Excelencia la Parca,
todas las bestias le acompañan en su baile,
a un tiempo un zarpazo en el aire
y como una prolongación de su brazo
se avalanzan sobre la carne
trituran y destrozan cada trozo que encuentran
roen hasta los huesos mismos la vida,
solo tienen poder sobre los muertos.
Durará solo un momento el carnaval horrendo,
las criaturas famélicas, hambrientas de humores
devorarán en un solo instante los interiores
se excitan con los vapores de pudredumbre
y se sacuden satisfechas al ritmo de los tambores,
acabadas las carnes de los cuerpos muertos,
a un gesto de la Parca culminan los tormentos
y las bestias exhaustas se retiran a sus aposentos
dejando intactos a vivos y a casi- muertos.
La Parca acaba su danza tenebrosa,
se detiene y se pone su capucha mohosa,
da a los sobrevivientes una mirada rencorosa
" Por esta vez se han salvado, pero estaré ansiosa,
aquí dejo dos vigilantes esperando por su suerte",
se acercaron dos buitres, demonios emplumados
a vinieron a posarse aquí mismo a nuestro lado.
- Nosotros vimos la cara de la muerte -.

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