sábado, 23 de julio de 2011

La primavera llegó antes de llegar, y te encerró en un sacrificio perentorio como un altar. Machaca las imágenes evocadoras, una por una, violentas, agresivas, las esconde. Protege de tus brisas con manos cálidas, olvidadoras, las manos del silencio son vasijas inconmensurables como el oceano, inmutables, fecundas, cristalinas, son la naturaleza de las contradicciones, y no hay estrellas que permanezcan vírgenes, todas han sido vaciadas de sentido, como las galaxias que corren, son flexibles, tienen hambre, mas son inertes, inofensivas, olvidables. Los sonidos constantes son una terapia, son la unción graciosa de la libertad profunda, impensable, la libertad indómita del que duerme sin soñar, del que muere, del que se fuma la tristeza en las costas lejanas de un mar ultramoderno y ancestralmente omnipresente, cóncavo hasta el extremo, capicúo, un mar que es dragón, que es cola y es fauce, que es la bestia que se devora a si misma, que es la condena del eterno retorno. Cómo la curva eterna de la luz en el vacío.

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