viernes, 3 de octubre de 2014

Tus palabras de fuego son un hielo suave que calla lo que expresa, el silencio es la onomatopeya de la muerte, y acá, el silencio cargado de sentido no se interpreta tanto como la tempestad que zarandea la nave frágil, sino como la quilla que explota en proyectiles que arañan la superficie del mar, un herida leve que no hiere pero que se lanza como un mártir contra la culpa del verdugo, que matando al condenado se malogra más a si mismo que al decapitado.
Tengo que protegerme de los mausoleos hambrientos que eternizan el llanto de la pérdida, descentrando la sujeción desde la pérdida a lo perdido, y reconstruir como premisa cada centímetro del vacío indemne, paz ante la discordia, que el tiempo que se arrastra en el viento y la fragancia de la libertad profunda disolverán ya el sentido de la pérdida, y bien adentro en el centro de la emoción, la fibra que es perdonada es liberada de la presión, la tarea es descargar la opresión, y cerrar los ojos, estirar las manos, y repetir con tranquilidad el mantra de la sanación: Ante tu mundo hermético, ¡Aceptar, aceptar, aceptar! no exigir ni presionar, ¡Aceptar, aceptar, aceptar! al mundo como viene y nada más.

No hay comentarios: