sábado, 20 de junio de 2020

un contacto a la velocidad de un siglo,
recorre kilometros esta noche añorando
un peligro consumado sin vacilación,
de una promesa que gotea
sobre mapas del deseo, fugaces, arcanos, místicos,
inpronunciables
Un misterio de ojos, de miradas,
de cuerpos desnudos que se han zambullido
en el terciopelo,
que se rozan en la estática centelleante
de la presencia lejana
sostenida
por pulsos
magnetico-electros que disparan,
levantando carantoñas en el aire,
con ojos ciegos,
fantasmas de humo,
silbidos, seseos, gruñidos
amorosos, temerosos, expectantes,
mal humorados, estresados,
aislados, consentidos,
brutos y risueños,
tontos e inocentes.
Reflejos fugitivos, pantallas opacas,
traducen como pueden
un beso largo de contrato prometido,
con cítricos sabores, con olor a azahar,
viscosos como el vino, total
como un grito ahogado en el mar,
como una tierra prometida,
fecunda,
extranjera,
irreal, imaginada
largamente,
con miedo, con ansiedad,
como una radiografía de un sueño
erótico
adolescente,
patético, candoroso,
vergonzoso.
Una larga espera de una larga espera,
como una marcha de una década en un desierto subjetivo,
como andar un laberinto de tierra en círculos,
con sed,
y la salida se retrasa
infinitamente,
se desplaza con el horizonte
andando al mismo paso,
alejándose a velocidad incierta,
mientras yo estoy acá inmovil
impaciente,
navegando el horror de la quietud desesperada
sobre una plataforma de poliéster,
colgando de un ansiolítico de celulosa





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