lunes, 24 de febrero de 2014

Centauro y Caballo

Echaba de menos tu ausencia, tu melancolía en mis paseos nocturnos
casi olvidaba como era extrañarte
ese submarino hirviendo en mi pecho
amargo vacío extenuante
náusea cortazareana
tensión insomne

Cuando casi me rendía, casi entendía que no podía ser así. Cuando mi último tiro parece haber fallado a pesar de habert acertado, y no se puede sino perder.

Nos vemos de nuevo cuando esté a punto de desfallecer esa pena, se que volverás a robarme la calma cuando la haya encontrado. Moriremos como vivimos.

Esa flama incandescente que en vez de hacerme un ser ígneo me transforma en pura ceniza, brasa apenas crepitante, y me deslumbra más la silenciosa punta de mi cigarro que el resplandor marchito de mis ojos. Me consume parcamente como una implosión lo que debería ser pirotecnia sorprendente.

Es que la melancolía de ti siempre ha sido más una gota de sudor frío que me arrolla la espalda. Un recuerdo inmediato, que empezó a ser olvido a penas dejó de ser momento ¿De que me sirve tener la palabra precisa, la valentía perfecta? Ojalá pase algo que te borre de pronto.

Y las calles se vuelven interminables o las piernas muy cortas, y el segundo muy largo y la pena muy ancha. Y la impaciencia muy honda. Y la desesperanza siempre ha sido mi enfermedad innata, tal vez nací bajo una constelación triste. Criatura imposible, arquero de ensueños, cazador de estrellas fugaces, condenado a vivir soñando por culpa de su propia inexistencia, un poco real un poco ficción, y nunca todo de esto o de aquello, triste desarraigo, tendido en la mitad. O quizás criatura libre y poderosa, que no quiere correr indómito y extraña el camino de regreso.

Si yo nací el 1+9+9+0 y tu tienes 19, si quieres excusas yo te puedo dar razones, o si tus 1+9 son 10 igual que la cantidad de dedos cuando me tomas la mano y la cantidad de días desde que me besaste, y si quieres encuentro la ecuación que apunta al lugar en el universo donde se escribe tu nombre sobre el mio, o la tangente que traza tu cabeza recostada en mi pecho, el angulo agudo entre la recta y tus ojos cuando miran en los míos, la función f(x) que tiene por dominio tu silueta y de recorrido a mi abrazo, deseando ser biyectivo, el punto donde te robe las ordenadas y  abcisamente te bese de nuevo yaciendo en la X, y el lugar y la hora en que tu camino por fin se trence con el mío.

O si tengo que mostrarte en las estrellas el lugar donde está escrito que tu destino está unido al mío. ¿De que otra forma podría ser un adivino?




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