sábado, 10 de mayo de 2014

Hay un grito que a todos se nos atora en la garganta,
un grito encarnado que dice más o menos así:
-"¡Donde está lo imperecedero!"-.
Y es que no ya puedo encontrar nada,
ya no puedo creer en ninguna palabra,
Si es que estamos hundiéndonos  en la mierda,
y como dicen que dijo Heraclito,
aunque no es verdad,
hay que estar en la mierda hasta las cachas,
hay que ser la mierda tibia misma,
para purificarse de lo más impuro.
Quiero entroncar en uno con el universo
encontrar el espacio de lo desespaciado,
y no
mil veces no, porque el hambre,
porque la pereza,
y porque cuando vengo de vuelta,
el camino siempre,
el camino vuelve,
el camino se va por donde no viene,
y hay que hundirse en la mierda hasta las cachas,
y respirar resignado,
porque el mundo,
porque el cieno,
porque la vuelta del horizonte es cóncava hasta el extremo,
y lo que dejamos atrás
tarde o temprano lo encontramos
de buena o mala manera,
y te pasará la cuenta,
volver a caer,
te pasará la cuenta volver a caer,
volver a confiar,
volver a creer,
y el estallido es inconforme,
insatisfactorio.
Que ganas de quemarlo todo,
de dejar de ser un esclavo de la huella mnémica,
de domar la mente, de instrumentalizarla,
para salir al patio una vez más como un niño,
y volver a mirar al cielo,
con los colores más bonitos de la acuarela,
y encontrar de nuevo en el cielo
a los pajaritos y las nubes
que tienen formas que podemos ver ya,
con caballos, con dragones,
y saber que están allí,
que siempre estuvieron,
y que sólo hacía falta dejar de seguir un camino,
dejar de interpretar,
porque no hay camino,
porque el camino es salirse del camino,
aprender a perdonar, como un suspiro del alma,
y volver a ser tan inocente como nunca se pudo,
mirar al mundo desde el suelo,
para ver la inmensidad de lo más pequeño.


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