viernes, 11 de julio de 2014

Acepto los clavos en el ataúd, con su hierro agotado, acepto con suavidad las cadenas que envuelven el bulto carnoso que es arrojado al mar, acepto sumiso la inanición, el desamparo, el desalojo histórico, y me redimo. Quemo este libro de historias en el fuego del pasado. Y me paro en la proa frente a un par de zafiros casi azules, más grises que celestes, renovado, Y acepto aún con más entusiasmo el perímetro de tu boca, el abrazo de tu lengua, la tensión superficial del agua de tus ojos, el brillo intraducible del aroma de tu sonrisa; entiendo por fin tantas cosas tan simples en la mudez de tu abrazo.

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