martes, 8 de julio de 2014

-Eso es -dijo el zorro -.Para mí, eres como cualquier muchachito parecido a otros cien mil y no te necesito. Tampoco tu tienes necesidad de mí, porque no soy sino un zorro igual a otros cien mil. Pero si tu me domesticas, nos necesitaremos el uno al otro. Tú serás para mí único en el mundo y yo seré único en el mundo para ti.
-Empiezo a comprender -dijo el principito-. Hay una flor, yo creo que ella me domesticó.
-Es posible -Contestó el zorro-. ¡Sobre la tierra se ve toda clase de cosas!
-¡Oh! ¡No sobre esta tierra! -advirtió el principito.
El zorro pareció muy intrigado:
-¿En otro planeta?
-Sí.
-¿Hay cazadores en ese planeta?
-No.
-Eso es interesante. ¿Y gallinas?
-Tampoco.
-No hay nada perfecto -Suspiro el zorro, y volvió a su explicación:
-Mi vida es monótona. Yo cazo gallinas y los hombres me casan a mí. Las gallinas se asemejan entre sí y los hombres son todos iguales. Me aburro un poco, entonces. Pero si tú me domesticas, mi vida estará como iluminada. Conoceré un ruido de pasos diferentes a todos los demás. Los otros pasos me hacen esconderme en mi madriguera; los tuyos me harán salir como si fuera música. ¡Y pon atención! ¿Ves allá abajo los trigales? El pan no es mi alimento; para mí, el trigo es algo inútil. Los trigales no me recuerdan nada y eso es triste. Pero tú tienes cabellos color de oro ¡y será algo maravilloso cuando tú me domestiques! El trigo hará que te recuerde y amaré el ruido del viento sobre los trigales.
El zorro guardó silencio y miro largo rato al principito.
 -Si quieres, domestícame -dijo.
-Me gustaría mucho -contestó el principito-, pero no tengo mucho tiempo. Quiero descubrir amigos y conocer muchas cosas.
-No se conoce sino lo que se domestica -dijo el zorro-. Los hombres ya no tienen tiempo de conocer nada. Comprar cosas hechas en las tiendas. Pero como no existen vendedores de amigos, los hombres ya no los tienen. ¡Si quieres un amigo, entonces domestícame!
-¿Que hay que hacer? -preguntó el principito.
-Hay que tener mucha paciencia -contestó el zorro-. Al comienzo te sentarás un poco lejos de mí, así, sobre el pasto. Yo te miraré por el rabillo del ojo y no dirás nada. Las palabras son fuente de malos entendidos. Pero cada día podrás sentarte un poco más cerca...
Al día siguiente, el principito volvió.
-Es mejor que vengas siempre a la misma hora -advirtió el zorro-. Si vienes, por ejemplo, a las cuatro de la tarde, tres horas antes empezaré a sentirme feliz. A medida que se acerque la hora, aumentará mi felicidad. A las cuatro me sentiré nerviso e inquieto: ¡descubriré el precio de la felicidad! Pero si vienes a cualquier hora, no sabré cuando preparar mi corazón. Los ritos son necesarios.

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