miércoles, 25 de junio de 2014

Magnolia III

¿Cuál es la posibilidad de dos suicidios en una familia? ¿Cuál es la posibilidad de reencarnar en un hermano, en un sobrino? ¿Cuantas vueltas da la rueda antes de tomar conciencia de que está girando sobre sí misma, finalmente indesplazable, y sólo mirando cada cierto tiempo desde distintas ubicaciones hacia el mismo centro? ¿Cuántas reencarnaciones toma descubrir que lo que cambia no es lo visto sino el lugar desde el que miramos?¿Cómo no volver a cometer los mismo errores cuando en la rotación pases de nuevo por el punto donde ya has estado?¿En qué momento te rendiste, Tristán, a la inercia de la calamidad?
         Todo esto me pregunté en un momento cuando la serpiente me dejó solo para meditar sobre lo que vio a través de mis ojos, sobre lo que oyó a través de mis oídos y lo que sintió por medio de mi piel

         Me paré del suelo y caminé, la arena de la playa estaba caliente, casi insoportable, yo me acuerdo que estaba sólo, tú recién te habías ido, Sofía, enojada con esa forma de enojarte que tienes tú, que es como dejar todas las cosas en el suelo y dar media vuelta, un enojo cobarde. Comencé  a caminar hacia la escalera del borde de la playa, eran aproximadamente las cinco o seis de la tarde, por la posición del sol. Había poca gente en la playa, y los dos hombres que venían caminando en dirección hacia mí me parecieron muy extraños, se acercaron más de lo normal, y antes de que pudiera hacer algo, me sujetaron fuertemente para intentar robarme, luego de un forcejeo logré liberarme y me embargó una furia sin sentido, absurdamente descontrolada, comencé a golpear al que tenía en frente mientras el otro miraba atónito como le partía la cara a su cómplice, puñetazo tras puñetazo sin descanso, ignorando el dolor de las manos, los nudillos que comenzaban a romperse y la sangre que comenzaba a brotar de su nariz que prácticamente había explotado, de sus labios deshechos, de sus pómulos machacados. El que estaba a mi espalda huyó inmediatamente. Luego de un par de minutos así, el desconocido que tenía frente a mí cayó al suelo con un sonido sordo, sin pensarlo me abalancé de nuevo sobre él, con un ímpetu renovado seguí golpeándolo, sin saber porqué, sólo sabía que no podía parar, aunque me resistiera, una fuerza extraña se había apoderado de mi, seguí golpeándolo en la cara, sólo en la cara, y me enfurecía más que aún moviera los brazos y las piernas en pobres intentos de quitarme de encima de él. Los puñetazos le caían como meteoros sobre los ojos, sobre la boca, sobre los pómulos, y yo estaba enceguecido, de pronto sentí un sonido asqueroso como si rompiera una sandía, un crujido de huesos que empezaban a ceder, la superficie de su cara ya se sentía blanda, como estar golpeando un saco de harina, y la sangre había inundado todo, y aún así se seguía moviendo el maldito. Sabía que ya estaba malogrado, que nunca se iba a poder recuperar de esa paliza y eso me dio una sensación de asco y remordimiento, pero no fue suficiente para saciarme, saqué el cuchillo que por algún extraño motivo tenía en el bolsillo y comencé a rebanarle el cuello, fue más difícil y cansador de lo que hubiera podido imaginarme y seguí con un esfuerzo heroico hasta que por fin, extenuado, logré que su cabeza se separara por completo de su cuerpo, y el movimiento de brazos y piernas se detuvo. Me paré y lo miré, ya estaba quieto y la sangre seguía fluyendo, siendo absorbida por la arena. Yo estaba manchado de sangre por completo, era una sensación asquerosa, la sangre un poco pegajosa pegada a las manos, a los brazos, a la cara, sobre toda mi ropa, y el sol seguía pegando tan fuerte, no había ninguna sombra para cubrirse en toda la playa, el sol ya se encontraba un poco más bajo y  daba directo en los ojos, por lo que era difícil no encandilarse, y la ropa empapada de sangre y sudor se me pegaba tibia a la piel, lo que me hacía sentir aún más incómodo. Comencé a caminar sin dirección por la playa, la gente me miraba con horror pero me tenía sin cuidado, sólo quería quitarme de encima esa ropa asquerosa, debo haber caminado unos veinte minutos más hasta que caí rendido por el cansancio y me senté en la arena, apoyando los codos en las rodillas, y la cabeza en las manos, cerré los ojos y me quedé así mucho rato. De pronto comencé a oír un sonido detrás de mí como si algo se arrastrara por la arena, volteé la cabeza para mirar y me encontré con la serpiente negra que ya estaba junto a mí, con sus enormes fauces dislocadas por completo y me comenzó a devorar sin prisa nuevamente, estaba tan cansado que no pude oponer resistencia, sólo vi como la luz se iba apagando de a poco hasta que volví a caer dormido o inconsciente y no recuerdo más.

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