miércoles, 25 de junio de 2014

Magnolia V

En el jardín del frente hay rosas naranjas, que ganas de robar una.
El patio de mi casa era de tierra, tenía un perro flaco y negro que no logro recordar muy bien, el techo era de planchas amarillas semitransparentes y unos cordeles para tender la ropa cruzaban el patio de un extremo al otro, un día puse una silla y me subí para colgarme de uno de los cordeles, cuando lo hice, obviamente el cordel no resistió y se cortó, me caí al suelo, botando la silla, me hice una herida en la rodilla. Saqué el cordel entero para intentar que pasara desapercibido y me hice el tonto con la herida, no lloré. De todas formas me descubrieron.
Recuerdo vagamente haber visto al papa Juan Pablo II cuando visitó nuestro país, tengo una idea de las personas que me acompañaban, y de las cosas que pasaron. Luego supe que extrañamente eso había ocurrido varios años antes de que yo naciera. El santo padre se reunió con el dictador. Y después es uno el loco y el mundo el cuerdo.
Me pediste que te recomendara un libro o un autor, que querías leer algo nuevo, persona que no recuerdo quien eres, y me acuerdo que te dije casi maquinalmente, “Cortázar, Rayuela” y un segundo después te dije “¡No! olvida eso, no leas Rayuela, mejor lee Dostoievski, Los Hermanos Karamazov o Crimen y Castigo, o quizás algo de Tolstoi, La Guerra y La Paz, o Ana Karenina, te los puedo prestar yo si quieres, pero no leas Rayuela, por favor no, al menos no lo hagas por recomendación mía. No quiero ser el culpable de que hayas leído la Rayuela y de todo lo que pueda pasar después”. Persona que no recuerdo quien eres, espero sinceramente que no lo hayas leído.
Cuando me miras a los ojos intentando robarme la vida de los míos, me miras con hambre y saciedad, suplicándome con la vista que te explique lo que sientes. Miras a mis ojos que se miran en los tuyos, con una mirada ardiente que trata derretirme para fundirme en ti, extrañas la unidad primitiva ¿Y de verdad crees que yo puedo saciar lo que tiene hambrienta a tu alma?
El Santuario de Santa Teresa de Los Andes aún está inconcluso. Me gustaba ir porque mi papá compraba volantines y dulces de merengue, además había pasto y se podía jugar a la pelota. Era divertido el cínico aire de solemnidad que adoptaban las personas al entrar al templo; divertido porque se sabía que eran personas sin principios, y que sólo iban para allá por egoísmo, porque en su mitología ridícula,  ir a rezarle una vez al año les iba a ayudar a obtener las cosas que querían. Normalmente dinero, o más dinero, y cosas materiales como autos, casas, etc.
Recuerdo que algún compañero de colegio, no sé quien, tiró la pelota con la mano. Todos saltamos en un enredo enorme de cotonas café, bototos negros y preadolescentes transpirados. Empinándome con esfuerzo, mi cabeza prevaleció por sobre las de los demás conectando con la trayectoria del balón, pero en ese mismo momento, inexplicablemente y contra todas las leyes de la lógica, de alguna manera una pierna con su respectivo pie y bototo se elevó de tal manera que me pateó entre el cuello y la nuca. La vertiginosidad de la situación me hizo cerrar los ojos. Luego caí al suelo quejándome profusamente, y al abrir los ojos, la primera persona que vi en frente mío fue asumida por mi cerebro inmediatamente como culpable. Un niño más bien gordo y con cara de ratón, se llamaba Daniel. Era mucho más bajo que yo, y claramente no tenías las aptitudes morfológicas ni gimnásticas para la pirueta necesaria  para patearme el cuello en un salto. Fue un mecanismo de consuelo para mi autoestima. Siempre supe que a pesar de que irracionalmente vinculaba su rolliza humanidad con mi infortunio, no había sido él. Quién fue, nunca lo sabré. El culpable guardará el secreto hasta la tumba.
         Cuando te fuiste, Magnolia, dejé de escribir, estaba convencido de que no podía seguir sin ti, y qué pocos días me tomó olvidarme de esa convicción, volver a escribir inconscientemente, escribir por instinto. Pensé que sería muy dura la espera, y cuando me di cuenta, ya ni me acordaba que seguía esperándote.
         - El hoy es ahora, no esperes al mañana que puede no llegar a ser hoy, menos si estás hablando con un suicida, te puedes sorprender Magnolia-.
- ¿Me estás amenazando? Si me regalas dieciséis primeros besos, diecisiete últimas oportunidades. No te olvides de mi paciencia  también Tristán, que te puedes sorprender.  Tengo gran confianza en el futuro porque te conozco, se que estás encerrado en el laberinto rectilíneo, estás esperando a que el laberinto te deje salir, eres demasiado humano para arrancar volando.
Yo sé que con esa mirada buscas desarmarme.
¿Te has puesto a pensar en la manera en que nos encontramos los humanos sobre la tierra? es decir, he estado viendo algunos trabajos de Marina Abramovic y Ulay, que ni siquiera se refieren a esto, pero me han hecho reflexionar, hay una fotografía en que salen los dos, uno frente al otro, en actitud como de estar gritándose mutuamente. Sácales la ropa, sácales el fondo y ponlos en un bosque o en un campo, y piénsalo de nuevo, desvístelos de su cultura, quítales su civilización, y velos como animales netos, sólo como un atado de carne nervios y huesos. Qué horrible. Compartimos este lugar común que es el planeta en una lógica de violencia y enfrentamiento, debe ser una contradicción biológica, existir para andar por ahí recorriendo el mundo chocando unos con otros. Inventamos el lenguaje, me acuerdo alguna vez haber aprendido sobre la lógica formal, es sorprendente, admirable sin duda, el desarrollo de un lenguaje infalible, claramente le debemos mucho a ello. Pero a pesar de todo eso, se nos hace abismalmente difícil poder comunicarnos, no emitir y recibir sonidos, sino que comunicarse de verdad, participar de la realidad del otro, y hacer partícipe al otro de la nuestra, comprender lo que el otro quiere transmitir, ponerse en su lugar, entenderlo de una manera tal que nos sintamos ser el mismo emisor de lo que estamos oyendo, leyendo, sentir como él siente gracias a lo que el otro nos está comunicando. Podemos estar tan cerca del otro y a la vez estar tan lejos ¡Tan lejos! A veces cuando voy por la calle o cuando estoy entre medio de otras personas me da la impresión de estar viendo sólo a ciegos y sordos gritándose absurdos monólogos unos a otros, incluso a veces estando frente a frente. Y lo siento aún más cuando me sucede a mí, que por más que hablo con alguien, sé que no me está escuchando, o cuando alguien me está hablando a mí, a pesar de que le presto atención, simplemente no puedo compartir lo que me está ofreciendo, y me pregunto, cómo podemos ser tan miserables. Pero contigo, Magnolia, algunas veces sentí cruzar ese abismo, fue aterrador. Fue una sensación de desnudez el tenderte la cuerda para que cruzaras hacia acá también, y luego cuando te devolviste por ese puente Magnolia, no lo quiero recordar.
A veces me demoro a propósito cuando paso por afuera de tu casa, esperando que me gane la debilidad
Recuerdo un momento terrible en que estaba en mi pieza, y de pronto, sin ningún motivo especial, empecé a sentir como si la ropa me apretara, me inquieté súbitamente, el calor me sofocaba, un calor que no era real, pero que se sentía ciertamente muy espeso y pegado a la piel, y las paredes se inclinaban sobre mí, amenazantes, y el techo pendía como de un hilo, ansioso por aplastarme. Comencé a sentir de repente un vacío que quemaba como el hierro caliente, la piel tirante, y no podía dejar de frotarme las manos y de empuñarlas y apretarlas desesperado. Luego comencé a restregarme la cara frenéticamente, a pasarme las manos por el pelo y después a tirármelo, a intentar con fuerza abrir un poco el cuello de la camisa que me tenía encerrado. Y me rendí ante un bombardeo de recuerdos de frustraciones que no pude ignorar, no pude sacarlo de mi mente, estaba teniendo el ataque de ansiedad y soledad más fulminante que nunca hube experimentado antes. Me abalancé sobre la última cajetilla de cigarros y estaba vacía, quería borrarme por completo. Luego busqué por todas partes algunas monedas para comprar más cigarros, no encontré nada, o más bien solo algunas monedas de diez pesos que no alcanzaban para nada. Volví a sentarme desesperado, tenía unas ganas de morir como pocas veces tuve, y me asusté mucho pensando que estaba enloqueciendo, que se me estaba desatando la amenaza de esquizofrenia congénita que siempre estaba presente, pero ahora más real que nunca, como una baliza a poca distancia que anunciaba el colapso, y al mismo tiempo la desesperación se materializaba en un deseo de hundirme en una muralla de humo de cigarro que me noqueara, que me despedazara, que me regalara un momento de inconsciencia, de tranquilidad absoluta. Todo esto iba aumentando exponencialmente, y por más que intentaba pensar qué era lo que me estaba pasando, no podía encontrar ningún motivo. Puse música, Blue in green, Miles Davis, siempre me tranquilizaba, pero ahora tampoco estaba resultando. ¡Qué poco me conocía! No sabía qué me estaba pasando ¿porqué?, ¿será porque hoy te vi, Magnolia, o será por otra cosa? Qué era lo que estaba desatando esta desesperación, no lo pude saber. Habían tantos otros motivos para estar preocupado, tantos problemas del mundo y problemas del alma, y ningún refugio contra ellos que no fuera el cigarro, y sin embargo sabía que eso me estaba matando también, tú misma me lo dijiste un día Magnolia, que escuchabas el cansancio de mi pecho, como me rogaba por un descanso. Y mi abuela estaba muriendo de cáncer de pulmón, y sin embargo no podía encontrar ninguna escapatoria que no fuera llenarme de ese desagradable humo. Y busqué ayuda en una amiga, ella podría decirme algo que me tranquilizara, pero no, sus propios problemas eran tan grandes que no me atreví a cargarle los míos, es más, después de hablar con ella quedé más acongojado de lo que estaba, y no había nadie para darme un abrazo que me protegiera de esta inmensa soledad, en una maldita ciudad de más de cinco millones de habitantes, y nadie que me pudiera contener. Pasé por tu casa y no estabas o no me escuchaste, o no me quisiste escuchar, y tuve que seguir corriendo para ver si con la velocidad dejaba atrás estos fantasmas. En una esquina me vi atrapado por el viraje amplio de una micro que pasó casi rozándome, y tuve un impulso anónimo de arrojarme a su encuentro, hubiera sido lo mejor, pero sólo iba a servir para echarle a perder el día a más personas. La gente que venía en la micro, cansada del trabajo, y el chofér que probablemente iba a intentar evitar atropellarme, y si no lo lograba iba a tener que pasar muchas horas en fastidiosos trámites, y la gente en sus autos que se iban a quedar atrapadas en la congestión, la llegada de Carabineros, la ambulancia, los gastos médicos, la recuperación, el dolor, las secuelas… Y yo sólo quería que me dieras media hora de tu tiempo para tranquilizarme, o que alguien me disparara simplemente, o por último cruzarme en el trayecto de una bala anónima, innominada y perdida, para no tener que recurrir de nuevo al humo inmundo del cigarro que ya odiaba como odia el adicto a la heroína, y  que me estaba matando también pero de una forma ciertamente mucho más lenta, insoportáblemente lenta, y mucho menos poética a lo que sería beber la cicuta o cortarme las venas en una tina con agua tibia, o ahorcarme desde la rama más gruesa del árbol de tu jardín, o lo que fuera con tal de no tener que volver a esta prisión desesperante que es mi habitación, a seguir escribiendo este libro insoportable.


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