domingo, 22 de junio de 2014

Magnolia VIII

Echaba de menos tu ausencia, Magnolia, tu melancolía en mis paseos nocturnos, casi olvidaba como era extrañarte, ese submarino hirviendo en mi pecho, amargo vacío extenuante, náusea cortazareana, tensión insomne. Cuando casi me rendía, casi entendía que no podía ser así. Cuando mi último tiro parece haber fallado a pesar de haberte acertado, y no se puede sino perder. Nos vemos de nuevo cuando esté a punto de desfallecer esa pena, se que volverás a robarme la calma cuando la haya encontrado. Moriremos como vivimos.
Esa flama incandescente que en vez de hacerme un ser ígneo me transforma en pura ceniza, brasa apenas crepitante, y me deslumbra más la silenciosa punta de mi cigarro que el resplandor marchito de mis ojos. Me consume parcamente como una implosión lo que debería ser pirotecnia sorprendente. Es que la melancolía de ti siempre ha sido más una gota de sudor frío que me arrolla la espalda. Un recuerdo inmediato, que empezó a ser olvido a penas dejó de ser momento ¿De qué me sirve tener la palabra precisa, la valentía perfecta? Ojalá pase algo que te borre de pronto.

Y las calles se vuelven interminables o las piernas muy cortas, y el segundo muy largo y la pena muy ancha. Y la impaciencia muy honda. Y la desesperanza siempre ha sido mi enfermedad innata, tal vez nací bajo una constelación triste.

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