martes, 24 de junio de 2014

Magnolia XI

Qué bien Magnolia, ayer pasaste a mi lado sin siquiera verme, el primer día de ser unos perfectos desconocidos, la atmósfera se siente más liviana y el mundo me parece distinto. Ayer salí a caminar, hace tiempo que no tenía ojos para mí. Me relajé, me regalé una cajetilla de cigarros, leí, disfruté de la sombra, del sol, de la compañía de mis amigos, vi a las tontas personas pasar viviendo sus tontas vidas, fui feliz. Me reí mucho, me burlé de una mujer muy fea. Te vi de nuevo, pasaste caminando allá lejos Magnolia, esta vez se que tu vista paso por sobre mí, pero no me viste, más bien no me reconociste, más bien ya no me conoces, me miraste como si nada, y efectivamente nada. Eres tan desagradable, estoy pensando en matarte para evitarme el inconveniente de tener que toparme contigo en la calle, solo por comodidad.
Anoche salí con mis amigos, nada interesante, solo salí. Pasé por fuera de tu casa, tu presencia se siente hasta el jardín, tu aleteo incesante y confundido. Así de fácil puedes echarme a perder el día. Pasé rezando para que no te asomaras por la ventana, mientras suplicaba que te asomaras por la ventana. Te odio Magnolia, ¿te lo he dicho ya? Y te odio más aún porque sé que tú no me odias a mí, porque sé que tampoco me amas, Magnolia, sé que ni siquiera te costará olvidarme porque siempre estás olvidándome, me sorprende tu capacidad de olvidarte de todo tan fácil.
No pude tener una buena noche, todos hablando de cualquier cosa estúpida, y yo solo concentrado en olvidarte, finalmente me devolví rápido a mi casa, y me acosté a dormir.
Una gitana me paró a la salida del metro Universidad Católica y me habló. Me dijo que yo soy gitano igual que ella, la verdad, no lo sé, quizás es cierto. Me dijo que veía en mí una pena muy grande, debe decirle eso a todos, ¿Quién no tiene alguna pena? Luego se sentó, y me indicó que me sentara junto a ella, lo hice. Tomo un pelo (mío) de mi camisa, y con unas hojas de laurel me hizo un talismán y me lo regaló, se lo recibí. Tenía un coche al lado de ella, dentro de él había una niña preciosa, no tenía más de dos años, y tenía unos ojos casi amarillos muy bellos, la cara muy sucia, y el pelo muy crespo, me miraba y hacía muecas. La gitana me dijo que estaba enfermo de tristeza, que me iba a dar una cura de amor, me pidió un papel, le di una hoja de cuaderno, y me pidió un lápiz, también se lo pasé, y me trazó una mandala, úsalo para tu protección, me dijo, yo no entendía nada, la miré con cara de tonto, lo captó en seguida:
 – Ella –, me dijo la gitana, – ella no es una persona normal. No me mal interpretes, es un ser humano, sin duda, pero su alma viene de muy cerca de la frontera de donde viven los demonios. Es, como se podría decir, una musa, una ninfa, una sirena, un genio, una bruja, han sido llamadas de tantas maneras a lo largo del tiempo. Ella es un ánima de la naturaleza, un espíritu del bosque, un ánima de las plantas; inspiración de los poetas, perdición de los inocentes–. Yo la escuchaba con la curiosidad del que conversa con un esquizofrénico, pero ella me hablaba muy en serio. –La tienes marcada en tu frente– me dijo–, no la puedes ocultar.
– ¿Cómo? –Le dije– ¿Qué tengo en la frente? –.
– Tú lo sabes, ya lo intuiste –me dijo– Una flor –esperó un segundo y continuó– El laurel fue la obsesión de Apolo, y la tuya…

– Magnolia– respondí maquinalmente sin querer, sin si quiera pensar en ello un segundo, y me quedé helado. 

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